Pastora y Rubén. Una tragedia en Oaxaca


Les comparto un texto basado en hechos reales acerca de una tragedia que sucedió en la Ciudad de México, pero que ciertos motivos me orillaron a cambiar o bien adaptar las locaciones y nombres del acontecimiento al momento en el que lo escribí. Pensaba subirlo por partes, pero no encontré puntos en los que pudiera hacer los cortes sin que se perdiera, si es que la hay, la cohesión más o menos suspensiva que intenté.

Pastora y Rubén



Recuerdo de mi infancia muchas historias de mis padres, recuerdo escucharlos decir en repetidas ocasiones que, en provincia, suelen darse los hechos más terribles que uno pudiera imaginar, no sé a la fecha si sus afirmaciones estaban basadas en lo tenebroso que hay en los grandes espacios vírgenes por la noche, o bien en la necesidad que tienen por marcar una superioridad con respecto a todo lo que se escucha de la ciudad, sin importar que para ello haya que recurrir a la nota roja, la misma que cala aún más hondo en las pequeñas poblaciones, ya que es en estas dónde comúnmente nadie pasa desapercibido, por lo mismo de su breve extensión de terreno habitado. Todos conocen a los protagonistas de la sangre, y de las lágrimas, y de cada uno de ellos es el derecho para contar la propia versión de la historia, porque prácticamente estuvieron ahí.

No obstante, de todas las historias que he oído en mi vida, ninguna me impactó tanto como la que me trajo mi hermana hace unos cuatro años, era el tiempo en el que ella, estudiante de la Escuela Normal Superior de México, se preparaba para concluir sus estudios y por ende poder dedicarse a la docencia a nivel secundaria, en su especialidad que son las matemáticas; tenía lista la tesis y los créditos completos, sólo faltaba la parte que, en palabras de ella, sería la verdadera escuela: el servicio social. Su emotiva declaración se debía más que a un auténtico deseo de aprender, a la aventura de pasar algunas semanas en el estado de Oaxaca, el lugar que le habían asignado para cumplir con la parte final de su preparación final, el poblado en el que habitaría sería Mariscala de Juárez, una localidad de población reducida aunque con suficiente espacio como para que en un tarde de juegos, cada uno de los pobladores tuviera una pequeña colina para ocultarse, en caso de que el juego elegido fueran las escondidas.

Luego del viaje de mi hermana transcurrieron tres meses, el servicio sería de cuatro, antes de que volviéramos a tenerla a la mano para poder abrazarla. Un domingo por la mañana llegó un poco sería, no diría que triste aunque si un tanto pensativa, como distraída. No nos sorprendió demasiado su regreso, pues en las llamadas que solía hacernos semanalmente para saludar nos comentó que volvería para semana santa; fuera de eso no había nada extraño, pues su estado de ánimo bien pudo ser explicado fácilmente con el siempre presente cansancio. Ese mismo día, tras comer, y como cada domingo en una familia promedio, recurrimos a la nada saludable costumbre de ver los filmes que ese día dieron en televisión, tras finalizar el primero de la tarde comenzó una película sobre patinadores jóvenes que se dedican a buscar aventuras salvajes, probando durante su camino todas las drogas que se les crucen. Fue en un momento de esta película, no recuerdo en cual a decir verdad, que mi hermana comenzó a sollozar, y como respuesta a la pregunta de mi madre habló de eso que hizo que decidiera no pasar las dos semanas de vacaciones en el lugar que antes había creído un escape a la martirizante ciudad capital.

La escuela en la que a Martha, mi hermana, le tocó la suerte de impartir las asesorías con las que terminaría la serie de requisitos indispensables para titularse,  era una secundaria corriente, parecida a cualquiera de la Ciudad de México (esto lo sé por las fotos que luego nos mostraría). El trabajo de Martha consistía en ayudar a los jóvenes en riesgo de reprobar, y no obstante que uno de los objetivos de su misión consistía en apoyo académico, al tratar con adolescentes que en la mayor de las veces tienen problemas de conducta, su labor se extendía a un plano emocional un tanto más estrecho del que suelen tener los profesores titulares con su alumnado.

Entre los muchachos que tenía a su cargo, había desde aquellos que suelen ser reconocidos como casos problema, hasta niños de una posición económica y social bastante aceptable que simplemente no querían cumplir con sus deberes; dos días de cada semana los chicos iban, después de clases, a pagar sus deficiencias educativas. Todo transcurrió en orden (lo que pueda entenderse por orden tratando con gente de secundaria) durante tres semanas según lo que ese día narró. Una semana después, tres chicos faltaron, al revisar la lista se dio cuenta que el común denominador de la triple ausencia era un mismo apellido, y más aún que dos de ellos tenían ambos apellidos iguales, por los nombres de pila se dio cuenta que se trataban de dos mujeres y un hombre, una de ellas compartía, al parecer, a sus dos padres con el varón. Luego platicó la situación con la trabajadora social, de la que ya se había hecho amiga, puesto que la empleada cubría los dos turnos, y mi hermana entraba en las últimas horas del horario matutino y salía a mitad del vespertino, así que tras comentar el incidente y dejarlo a un lado después de unos minutos prosiguieron con una plática sin importancia, hasta que Martha prefirió irse a descansar, o en realidad no sé a qué. Se fue de la escuela.

En la noche escuchó una patrulla y una ambulancia, acostumbrada a la ciudad no le dio mayor atención y se durmió. En la mañana su compañera la despertó, y con lágrimas en los ojos le dijo que ese día no irían a trabajar, pues en la noche del día anterior fue encontrado el cuerpo de un niño muerto, ahorcado, en la ventana de una casa, no sabía más. Martha le marcó a Estela, la trabajadora social, y le contestó simplemente que no sabía nada pero que junto con el director de la escuela iría a ver lo sucedido, pues el cadáver del joven portaba el uniforme de la institución.

En la tarde se reunió con su compañera, la misma que fungió como triste mensajera matinal y con Estela para hablar de lo sucedido y, según lo que nos contó, para no estar solas pues estaban temerosas. Antes de ir a casa de la trabajadora recordó a los chicos que habían faltado el día anterior, tomó sus listas y las llevó consigo; comentó su inquietud con la mujer y tras mostrarle los nombres está se sorprendió, pues si bien notaron que ninguno de los tres era el joven recién fenecido, la razón de su sorpresa respondía a que los nombres aparecían en el expediente de la policía, pues el lugar donde hallaron al muchacho era la casa de los que compartían los apellidos. Cabe resaltar que en la casa no se encontró a nadie, ni a los niños ni a los padres.

Continuaron las investigaciones esos días, tres después de lo sucedido, interrogaron a los compañeros, a los padres de familia, a los profesores, solo se sabía que no habían ido a sus clases de regularización de matemáticas, aunque si se presentaron los, por  fin se supo,  tres hermanos (gemelos unos, media hermana la otra) y el malogrado chico a sus clases normales. Salió en un momento a la luz que el muerto se llamaba Rubén y era novio de la chica mayor, la que no era gemela  y que tenía, el hasta entonces poco escuchado, por mi, y rarísimo en una población pequeña, nombre de Pastora.

Lo malo de los lugares a los que gustan, algunos románticos, de llamar paradisiacos es que por su falta de densidad de población las acciones nocturnas, criminales en este caso, si se hacen con sigilo pueden ser fácilmente ignoradas, más aún si se toma en cuenta que el espacio entre cada casa es mayor al que conocemos los que no hemos vivido fuera del centro del país; y si a eso le sumamos que vivir en la periferia de un municipio prácticamente desconocido, ubicado en las faldas de un cerro, nos da la oportunidad de salir de él en cualquier momento sin llamar demasiado la atención es que tenemos en tan reducida región  un espacio inmenso por lo borroso de las lindes que los cerros ofrecen.

El único testigo de la tragedia sólo pudo decir que vio el carro del padre de la niña aproximadamente a las ocho de la noche que corría en dirección de Huajuapan de León, como copiloto iba el abuelo de los niños, sólo eso sabía. A pesar de lo precario de la información proporcionada, no se necesitó más para emitir una alerta en los pueblos cercanos sobre un automóvil negro, con lo cual se logró detener a toda la familia para aclarar los hechos.

Antes de que se supiera todo, ya corrían los rumores y las diferentes versiones sobre lo ocurrido. Testigos gracias a su despiadada imaginación, los habitantes compartían su nueva leyenda negra para que, como en la canción de La Llorona, quien así lo deseara le agregara una nueva escena, producto de su preferencia sádica. Existía la versión de que tras una traición sentimental, la adolescente había planeado una venganza junto a sus hermanastros en contra de su fraudulento novio; algunos más decían, y en particular eran los compañeros de escuela quienes lo afirmaban, que Pastora no quería continuar con la relación por lo que el enamorado se ahorcó tras llegar a casa de su novia, y al ver que se había ido con su familia, quizá de paseo, creyó que nunca más la volvería a ver. Todas las hipótesis fueron decididamente de novatos, pues atendían más a las consecuencias de los hechos que al mismo desarrollo de los mismos.

Cuando la familia fue hallada en la casa del tío abuelo de los hermanos, tras un fuerte interrogatorio, en el que se negó en repetidas ocasiones que alguno de ellos estuviese involucrado en la tragedia, y atendiendo a las pistas halladas en el horrible escenario que a su vez se sumaron a las inconscientes insinuaciones de la familia se encontró que si bien el amor había sido el móvil del crimen, no fue así la enamorada quién lo perpetró, mucho menos sus inocentes y asustadizos hermanos que parecían esconderse en un abrazo. Las cosas, según la reconstrucción que de ellas hizo mi hermana, a fin de cuentas espectadora en la atmósfera turbia y basándose en las notas periodísticas filtradas por la vox populi, sucedieron así:

Pastora le había comentado a Rubén que quería salirse de su casa, el motivo bien conocido por todos- era que las presiones en su hogar eran demasiadas desde que el año anterior no había conseguido acabar la secundaria, y ahora a sus casi quince años además de cargar el peso familiar de los reproches y las burlas por su inconsistencia escolar, tenía que hacerse cargo de sus hermanos, menores por un año a ella, puesto que su madre había fallecido hacía apenas unos meses y su padrastro salía a trabajar todo el día. Con tanto trabajo casi no tenía tiempo para ocuparse de su relación, pues a eso se le sumaban las asesorías de la tarde, así que un día habló con sus hermanos para que los tres fuesen a pasear a las canchas, dónde se encontrarían con Rubén, así al tiempo que cuidaba de los gemelos pasaba el rato con su novio. Por los chismosos padres ajenos no había que preocuparse, pues al no tener contacto con un miembro grande de la familia no se enteraban que los niños faltaban a uno de sus deberes. Rubén, de catorce años, al ser un alumno regular no necesitaba más que el permiso de su mamá para salir a jugar fútbol con sus amigos. Los gemelos, igualmente malos alumnos, usaron el día no tanto para convivir con la pareja, prefirieron salir con los chicos a los que hacía meses que no veían por la racha que habían tenido.

Los enamorados aprovecharon el momento de soledad para compartir las caricias que ya se debían, caminaron a la casa de Pastora, valiéndose de su cercanía, entraron en la habitación y llevaron a cabo el rito frenético propio de dos jóvenes que sueñan que mañana podrán estar casados. Al concluir su danza de amor, se durmieron como para llevar a un nivel sagrado las promesas encarnadas; despertaron entre las seis y las siete, según se calculó en el ministerio público, o mejor dicho en el periódico local, cuyas conjeturas siempre son las mejor recibidas. Al no haber medio alguno que pueda documentar con exactitud la cadena de los hechos, me gusta imaginar que tras un abrazo que selló una eternidad (del mismo modo que en medio oriente funciona la armonía, es decir en sentido vertical, como se verá a continuación), oyeron ruidos de un carro que se estacionaba, se asustaron no tanto por lo que habían hecho ¿Cómo arrepentirse de haber amarrado la cintura a la felicidad?, sino porque no serían comprendidos por tan irascible padre, quien encrudecería su furia tras ver que sus hijos, no se encontraban en casa, o bien la mancillaban.

Como no tenían escapatoria se vistieron con las ropas que yacían en el suelo cual pétalos de margarita y corrieron hacia el terreno baldío que había a unos metros (esto ya no es imaginación mía pues se desprende de las indagatorias de la policía); el padre apenas entró, junto a un amigo, a la casa cuando oyó un ruido, murmullos de una voz conocida; comenzó a llamar a los niños que ahí habitaban combinando dos impulsos: el de la desconfianza que causa el no reconocer cualquier estimulo no habitual en un medio que se cree de sobra dominado, aún si este no es propiamente agresivo, y el de bestia que intenta proteger a sus crías de cualquier cosa que pudiera perturbarlos. Vio el hombre por la ventana de la cocina a personas que iban en dirección contraria a su casa, oscurecía ya y los árboles que tapaban parcialmente su visión no ayudaron a saciar la adrenalina provocada por los instintos de supervivencia ya descritos, así que ordenó a su acompañante que trajera de la camioneta el fuego. Fueron en la misma dirección de los sujetos que, aseguró, creyeron en un principio que se trataban de ladrones; a pesar de que la casa estaba en orden fue su impulso protector lo que los hizo ignorar la armonía de los objetos. Llegaron al terreno, lugar perfecto para esconderse puesto que un lado era prácticamente un barranco, no tan temible por sus altas y crujientes hierbas secas y sus árboles parduzcos y fuertes. No vieron nada, no oyeron nada, solo las ramas que pisaban y que con cada ruido quizá les susurraban que alguien se escondía.

En otro punto, los jóvenes, a punto de las lágrimas con la frente ardiendo de miedo e incomodidad, se atrincheraron tras unos árboles rodeados de rocas, descansaron un poco y trataron de alejarse más, no se dieron cuenta que uno de los hombres estaba cerca, el otro había ido a buscar a sus nietos a la casa, el acompañante era el abuelo de la joven mujer. El padre vio de nuevo correr a dos personas, eran ellos los que habían roto la paz luctuosa de su morada, silbó para llamar al patriarca de la familia, corrió tras las siluetas, cortó cartucho, les apuntó mientras cabalgaba con las piernas de quien tiene ritmo de jinete, sin preocuparse en la precisión, a punto de jalar el gatillo, reconoció en un rápido golpe de vista a Campanita, la diminuta amiga de Peter Pan estampada en una tela de color rosa, una blusa que fungía de ropa interior a manera de top. No quiso que su bestia portable escupiera plomo sobre su hijastra, él mismo le había comprado esa blusa hace tiempo en una feria, cuando estaba presentable para presumirse, no para llevarse bajo la blusa; no obstante no reconocía aún al otro individuo así que corrió con más fuerza y estando ya a dos pasos del chico sólo le bastó estirar el brazo, y como si lo fuera a decapitar tomó al joven del cuello de la camisa sudorosa, comenzaron a forcejear, es obvio quién sería el vencedor de la lucha a ras de suelo. Llegó el abuelo mientras Pastora suplicaba que acabara la lucha. Los hombres llevaron a los amantes de vuelta al horrible gigante que en nada tenía lo airoso de un molino, esta era la más húmeda mazmorra.

Una vez que entraron al cuarto de la señorita, entre los dos hombres golpearon a los muchachos, con gritos buscaban obtener la respuesta que ellos ya sabían, quizá necesitaban un aliciente para encender la mecha de la bomba. La pareja aceptó que eran novios, dijeron entrar a la casa para buscar a sus hermanos y si habían corrido era porque creían que quienes acababan de llegar eran ladrones, dicha versión, por lo inverosímil de que no reconocieran el ruido de la camioneta o las voces o los pasos de  los hombres (eso dijo el señor a la policía) fue lo que desenmascaró la mentira, el pretexto para que la ira se desencadenara. Cuando llegaron por fin los gemelos, satisfechos por el día e ignorantes de los acontecimientos, su rostro cambió de súbito al ver la faz enrojecida del abuelo que tras empujarlos los encerró en su habitación. Volvió al dormitorio de la nieta mayor para auxiliar al Goliat herido, en su venganza contra un David indefenso (si uno, porque las víctimas eran tras la ardiente aleación de la tarde un inseparable monolito). Los golpearon con palos, con la pared, con el suelo mismo, con las rocas encendidas de los puños y las piernas, todo en un mar de movimientos torpes y ridículos, no planeados sólo vomitados (imagine usted el orden y la manera, yo no puedo).

Le rompieron las piernas al infeliz, a la niña prácticamente le desfiguraron el rostro para luego subirla al carro, llevaron a los gemelos que no despertaban de la pesadilla de ver adolorida a su hermana y desde hacía poco casi madre. El abuelo se puso de copiloto y dijo unas palabras a su engendro, sólo para que este volviera a la casa, y cerrara la puerta, tras unos segundos de quietud de cristal de pronto se oyó levemente el lamento de ira, de miedo y de tristeza de yerno y suegro al unísono. El verdugo volvió a la camioneta, tomó el volante y partieron, ninguno de los menores pudo ni quiso preguntar nada.

Una vez obligado a confesar sus actos, el hombre remató diciendo que volvió a la casa para sacar a Rubén a rastras al patio y tras atarle una soga al cuello amarrarlo a la ventana de modo tal que su cuerpo se asentara en un pequeño desnivel de tierra que hacía ligeramente más profunda esa porción de tierra, sus inútiles piernas ahora servirían de contrapeso, murió de asfixia. Junto a su cuerpo bien nutrido se encontró una hoja con motivos de los Looney Tunes que decía con letra nerviosa: Aquí estoy mamá.

La barbarie, a pesar de todo no se explicaba, era imposible comprender como es que una obra que normalmente se  recompensaría con un castigo había llegado a tal nivel de violencia, la respuesta vino de uno de los psicólogos que atendieron el delito, el cual por medio de ciertas evidencias que fue recabando dio con que el hombre, desde hacía dos años abusaba de su hijastra, le prohibía tener amigos a ella y a su difunta madre, al morir está última el espacio ya de por si cerrado de la casa se volvió irrespirable, denso. El diagnóstico que apuntaba a que el padre estaba enamorado de la niña fue desechado por la justicia pero recibido con los brazos abiertos por la opinión pública, pues un triángulo amoroso es capaz de elevar a leyenda hasta a la peor de las abominaciones.

En el juicio el hombre pareció olvidar su crimen y sostenía que Pastora lo había traicionado, no respondía ya nada acerca del casi quinceañero sino lo que ya había dicho, se limitaba en alegar con la confianza de su razón. Finalizó el juicio y, yo no sé mucho de leyes como para explicarlo pero el hombre no fue a prisión a pesar de haberse declarado culpable; el abuelo recibió apenas dos años de condena por obstruir una investigación policial, mientras que su hermano, el tío abuelo de Pastora, recibió una sentencia a seis meses por el mismo delito, aunque salió libre bajo fianza con el argumento de que él no sabía lo que había ocurrido, y el estado de la joven fue explicado por el resto de la familia a sus vecinos con una caída del barranco que está a un lado de la casa en Mariscala.

Los padres del joven aunque lucharon en contra de la sentencia del señor que salió absuelto, sólo obtuvieron que lo mandaran a un centro psiquiátrico. Los niños, no obtuvieron justicia, pues los mandaron a un lugar del DIF donde entre otras cosas les enseñan un oficio, aunque particularmente a la joven, que había quedado viuda antes de tiempo, la tienen en tratamiento psiquiátrico, aunque no ha servido de mucho pues ahora ni siquiera habla.


Algunos de los habitantes creen  que si el asesino no fue castigado se debió a un soborno, que pactó con el juez a cargo, que incluía la casa y otro bienes materiales y monetarios. Eso dicen en Oaxaca quienes supieron del caso, pero yo también creería que fueron los mismos resquicios legales los que no supieron subsanar la inconformidad de las víctimas involucradas, eso se ha visto en casos que han tenido mayor repercusión a nivel mediático en el país.

 Mi hermana concluyó su servicio en medio de las disputas celebradas, las mismas que de una manera extraña terminaron un día antes de su retorno, por eso alcanzó a comprar el periódico en el que todo se relataba. No crean mucho en mí, ni en mi hermana, y menos aún en el periódico de que así hayan sucedido las cosas, lo único que les puedo comentar es que cosas así se escuchan siempre, y lo único más fuerte que diarios o noticiarios para transmitir la verdad es la voz de la gente, uno se rompe, el otro se magnifica para no perderse. Quién sabe cuántas cosas más permanecen calladas.


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