La belleza de ser un perdedor



A Edith, que odiaba escucharme decir que soy un perdedor

No busco a un héroe por la cantidad de sus victorias sino por sus aventuras. Me gustan los humanos que tienen la fuerza para caminar aún con el corazón destrozado y los huesos cansados; aquellos que se saben mortales y aún buscan el encuentro con fuerzas desconocidas, casi mágicas, seguro divinas. Me enamoro con seguridad de quien tiene la capacidad de ser creyente no por costumbre sino por experiencia, de todo aquel que lleva en el espíritu las cicatrices de toda vez que ha peleado por tirar las barreras que evitan el encuentro de las almas. Siempre prefiero a las personas que sonríen con las manos vacías, desarmadas, con sólo rastros del tesoro perdido. A los perdedores.

Para ser un perdedor no es necesario ser derrotado, y nunca será permisible darse por vencido. Basta construir castillos de arena sobre el movedizo suelo del deseo, soñar con una vida en ellos y dejar que se derrumben uno tras otro, con la fe de que el siguiente será un hogar. Hay que ser obstinado en sostenerse con uñas y dientes de las ilusiones, de las nubes donde una vez nos prometieron que paseaban los ángeles.

La belleza de ser un perdedor radica en no dejar ir la esperanza, no se trata de andar con las manos vacías, se trata de entender la falta como un espacio por explorar, de buscar consuelo idealizándose como un Ulises libre e inaprensible, aún si en secreto se sabe que cambiaríamos todas nuestras andanzas por amanecer abrazados a esa mujer a la que con una mirada velada le rogamos que no ignore el espacio que nos separa.

Los perdedores llegamos tarde, a las citas y a las vidas, llegamos cuando ya nadie espera. Y nuestro arribo nadie lo hubiese percibido. Entramos a las fiestas a querer bailar pero nuestro tiempo lo desperdiciamos en bohemias interminables sin danza y con la música ignorada. Maldecimos llegar a una pista a pensar en los amores que se nos escapan, no de los brazos -eso fue hace tiempo- sino de la memoria; observamos la alegría que brota en caricias y risas de los contertulios, pensamos en que la noche acabará y la grandeza del mundo quedará reducida a un cúmulo de memorias y obsesiones, entonces brota un lamento por la suerte de nunca lograr que una de esas mujeres de ojos y baile insoportables tenga la naturalidad de descubrir su piel para nosotros. Envidiar no al hombre que la toma de la cintura y provoca su libido; envidiar la imposibilidad de ser ella y disponer de su belleza de tal manera que sólo podamos asombrarnos de ver a Dios. Y es que los perdedores somos magos sin magia, miramos un poco más que los demás sin la posibilidad de hacer. Somos simplemente idiotas con algo de esperanza (lo único grande que pueden tener los idiotas). Porque encontramos luces en cada túnel y de pronto se nos acaba el mundo. 

Somos los que caminamos por el mundo y nunca fincamos residencia

Los perdedores andamos la vida, esperando la hora de irnos a dormir, salimos aguardando la vuelta a casa. Nuestra característica es nunca encontrar un hogar y vagar  todas las tardes posibles, sentarnos a descansar viendo pasear a la gente, o la ausencia de esta, esperar a que la noche vacíe la calle y entonces quizá, sólo quizá, alguien igual de solo camine indefinidamente y con una sonrisa nos reconozca. Los corazones solitarios siempre se encuentran y se alejan en encrucijada.


Somos los más grandes vanidosos del mundo, es obligación espiritual huir de lo que nos hace bien para seguir al deseo, aún si es tortuoso, en tanto sea estético y excitante para el alma. Pues los perdedores, a falta de virtudes, no tenemos más que escuchar o ver, admirar toda la belleza como si la penitencia a nuestra culpa ancestral por siempre querer irnos, y no proteger el tesoro que nos ha sido regalado, fuera justamente el don de hallar la perfección y nunca tenerla. Y es que cuando se recorren kilómetros no se busca que el amor nos encuentre errantes como si de La llorona se tratara, construimos, a cada paso, mapas esperando una tierra prometida, nuestra tierra. Quizá la muerte.

*No revisé el texto, la ortografía la redacción, la coherencia o la la idea misma. Es un cúmulo de ideas tras una partida inevitable, dolorosa y definitva. Perdón por los inconvenientes que esto pueda causar. Hay obvias referencias a textos de Rubén Bonifaz Nuño y Jaime Sabines, es aclaración

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