Esos días dificiles de ignorar. La alegría en mi es un estado permanente


He entrado al mundo adulto, bueno debí hacerlo hace un par de años, pero ahora he ingresado al club de los adultos quejosos y cansados por el trabajo, y si bien lo mío no es un empleo remunerado monetariamente, es un paso que me acerca a ello, estoy cumpliendo con mi servicio social.


   Debería darme vergüenza no aportar nada al mundo ni a mi casa, pero afortunadamente tengo la oportunidad para no hacerlo, no sé si eso sea una cortesía de la vida antes de que un vendaval de apuros y responsabilidades me arroye. Por eso hoy celebro las mañanas de Domingo estirando los brazos para saludar a la luz que florea mis sábanas, aspiro fuertemente antes de bostezar y me hago una trenza, como si mi piel fuera blanca por los siglos.


   Ayer, cuando caminaba por el parque de la bombilla, de pronto mi cara se estrelló contra los vientos más deliciosos que no había sentido desde hace mucho tiempo, los mismos que no me visitaban desde el 2012, y entonces me fue inevitable pensar que si hubiera estado trabajando o compartiendo mis pasos con alguien difícilmente hubiera podido entregarme a la contemplación simultanea de dos escenarios, que en realidad son uno aunque desdoblado por mi nostalgia.


   Me acordé de un día en que me senté detrás del monumento a Álvaro Obregón a comer helado y galletas, a disfrutar que llegaba la primavera, a hablar de amor y de las ocurrencias de mi madre, a confesar que me dan miedo las esculturas gigantes (quien haya visto el monumento comprenderá el rumbo de mis pensamientos), que me dan más miedo los gigantes reales; una tarde pletórica de amistad y plenitud. Recuerdo perfectamente que llevaba en mi mochila el recién adquirido álbum Person Pitch de Panda Bear, hoy en día uno de mis álbumes preferidos de toda la vida, y moría por que se hiciera la madrugada para llegar a mi casa a escucharlo y perderme en un viaje lisérgico. Galletas, helado, sol, viento fresco, mi mejor amiga, un disco nuevo (un misterio nuevo), la ilusión-promesa que siempre brinda la expectativa de la música, una madrugada que me esperaba sonriente, un día que ya se sabia seria perfecto, que bien pudo repartir todas sus bondades a lo largo de un año y aún habría sido generoso.


 
Monumento a Álvaro Obregón




 Ayer visité la librería Gandhi, mi lugar preferido para comprar discos, y luego salí a recorrer las calles aledañas a la estación Miguel Ángel de Quevedo para llegar al mentado parque, como tantas veces desde aquel legendario sábado 17 de marzo; miré de lejos las esculturas que franquean la atracción principal de esa zona (nunca de cerca a las 10 de la noche), me entristeció de manera irónica que mi amiga tuviera ya compromisos familiares, que dependiera de su trabajo, que no pudiera estar conmigo. Me dio risa que todos mis amigos estuvieran realmente ocupados o tomando un serio descanso (a esta edad el reposo mismo forma parte del trabajo), que tuvieran una pareja, que no estuvieran solos; que nadie se acuerde de los días que pasaron conmigo, los cuales creo que fueron buenos, me sentí como una niña, me sentí olvidada pero feliz de no necesitar el estrépito de una fiesta para estar contenta, celebré ser quien soy, no por mis comodidades sino por ser tan alegre, pues me di cuenta que todos mis grandes días lo han sido porque cargo mi maleta de gozo, porque ese marzo dulce lo fue por ser entonces mi presente, porque este septiembre tranquilo lo fue porque soy yo quien lo vive con idéntica alegría, no tanto por mi desobligación sino porque disfruto de mi compañía, es que me llevo tan bien conmigo que aún no hay quien logre hacerme sentir mal por pasar tantas horas sola y "descuidar a la familia".


   No sé si me hubiera gustado tratar de revivir aquella jornada mágica y pasar una sencilla tarde con comida azucarada ya que, además de la obviedad que dicta la imposibilidad de revivir un momento, creo que no conozco a personas lo suficientemente agotadas como para llevar una vida dedicada a los paseos ligeros con intermitentes visitas a bancas públicas (mi actividad favorita). Me gusta pensar que me basto para ser feliz y es que si bien creo que es la suerte quien configura nuestra felicidad también es cierto que esta, aun en nuestras manos, pervive según la propia capacidad para serlo, lo que permite que incluso en estados emocionales particulares como la ira no seamos presa, los que somos alegres, de un día arruinado, o bien de un recuerdo que malamente obtenga le hegemonía de un bloque de nuestra nostalgia.

   Lo sé, no es que diga algo nuevo en este post, es que simplemente quería escribir para reactivar el blog, para dar una muestra del rumbo que quiero que tome en esta nueva etapa, y sobre todo para no olvidarme nunca de uno de esos días difíciles de ignorar.



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