Cartas para Alejandra: Una banda de gitanos. Por un segundo de tu cuerpo (parte 2)





Vi tus rodillas y apareció una banda de gitanos, no sé, me pareció tan alegre el color de tu tez, parecía que pocas veces tenían la oportunidad de salir al mundo, hipnotizan como un conjunto de percusiones trepidantes que llaman al baile. Sólo era piel y hueso pero se que sonreían. ¡Mira la foto! nada ilumina más la imagen, los faros detrás pintan de anaranjado nocturno el paisaje grisáceo de la ciudad pero nada más. Vinieron a mi cabeza retratos de una danza a la que no asistí, una de esas coreografías que se ahogan en vaivenes de telas de colores, quizá por la textura de tu vestido. Si, por eso imaginé una banda de gitanos: un grupito de ánimo luminoso que anda acompasado, que se turna los cantos: el mismo ritmo de tus piernas al caminar. Apenas una foto e imaginé una danza entera, vi un mundo que no podía ser estático. Es tan alegre el color que despiden que aún sin ver tu rostro sabría de tu gran día.

Tus rodillas acusan noche, el declive de una tarde de encuentros y abrazos, de cervezas frías y anécdotas chuscas. La fuerza de tus piernas niegan cualquier indicio de soledad, y que has ganado un hogar, una cama, el sueño mismo. Seguro es sábado, por la combinación de tu ropa con el ánimo, dermis color de las 12:00 a.m.

Miro la imagen y casi recuerdo brindar contigo, pero no te conocía entonces. Recreé el itinerario de tu jornada por el aura de tus rodillas. Vi la emoción de una despeinada aurora que prologa un día en el que se tienen planes: la velocidad atragantada de las horas que esperan grandes momentos, como el inicio de un viaje o el fin de un ciclo. Se dibujó de pronto en los nervios de mi piel la sonrisa con la que prometiste una madrugada a tu compañero de baile. Creo que el deja vû se debe a que te percibes tan rodeada de cariño, alegre y acobijada, tanto como me gustaría que te sintieras estando sola conmigo. Proyecté mi esperanza.

Vi tus rodillas y pensé en un bebé, sin soberbia, ignorante de la perfección de su piel, necesitado de un abrazo, envuelto en ropas brillantes. Lo imaginé dormido, amando sin saberlo, con una de sus manitas vencidas rozando el alto pecho de su madre, cerca del cuello, acariciando el escote. Tenía la cabeza expuesta ligeramente fuera del rebozo, inocente de las tormentas, seguro de su fuerza. Así tus rodillas, frágiles en apariencia, sutilmente flexionadas con un atisbo de cansada tensión, que se adivina amable por el huequito que las adorna. Calladas por lo uniforme de su textura, olvidadas de si, lejanas de la pasión que evocan en su observador silente -como una madre con su hijo-. Un niño gitano que reclama los besos de quien al mirarlo encuentra remansos de paz.


Pienso en tus rodillas y en lo que dicen de mi vida, en los nervios que mueven para proyectar mis deseos. Busco en los recuerdos, pienso en los gitanos que leen las manos y me asusto del destino fuera de mi alcance. ¿Soy yo el gitano por adivinarte? ¿o lo eres tu por despertar la magia?, ¿somos los dos? Una banda de gitanos.


Me pregunto, imagino, me ilusiono, busco una respuesta que nunca llegará.(*2)







(*1) La foto la encontré en uno de tus albumes. Estás con un amigo, lo abrazas como cómplice. Llevas un vestido café y sonríes como agradecida, parece que la foto fue un poco apurada pero con gusto. La imagen es muy alegre, en ella entreveo muchas cosas de tu carácter, por tu sonrisa, por el abrazo, por la ropa (cuando pienso en ti llevas ese look). 


(*2) No hay metáforas en esto, es una asociación automática, subconsciente. La realidad es justo esa: vi tus rodillas e imaginé un grupo de gitanos, sin más. El resto tiene que ver con la explicación racional que busqué para argumentar la correspondencia entre tus rodillas y este grupo: quizá un momento de mi vida, las circunstancias en las que entré en contacto con ellos, prejuicios acerca de las condiciones de los mismos. No sé, dudo hallar el motivo y no importa, porque siento una afinidad particular con los gitanos y el hecho de relacionarlos contigo me hace feliz. Un fenómeno parecido a asociar un nombre con una imagen no del todo coherente, o de pronto las recurrencias que tenemos con el aroma de un perfume.




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