Viento de Otoño 2. Los Niños del Domingo

Al igual que el libro El País de Octubre del que hablé hace ya algunos meses, también encontré por casualidad y por un vistazo este texto de hermoso nombre que, al principio, me llamó la atención por su título, que sonaba como a verso de alguna bella, olvidada y desconocida canción de cuna, pero posteriormente me impactó leer el nombre del autor, ni más ni menos que el gran cineasta Ingmar Bergman. Debo confesar que al saber quién había escrito la obra sentí cierta desconfianza, pues, según yo, una persona que haya logrado crear una producción notable en alguna disciplina específica, regularmente no consigue igualar sus antiguos alcances al incursionar en otra manifestación artística. Lo importante es que, sin alejarse demasiado de las sensaciones que provoca en su quehacer cinematográfico, este reconocido sueco logró plasmar en letras una remembranza de sus sentimientos a la edad de ocho años, sus pensamientos pueriles, el descubrimiento de nuevos aspectos de la vida humana, como la sexualidad, e incluso relata de una manera muy bien lograda los sentimientos de rabia frente a la represión de los padres, a veces incomprensible como lo es la vida misma, como lo son las nuevas sensaciones, y lo aparentemente absurdo de los cambios que hay que sufrir. Es una novela que provoca sentimientos bucólicos, de esos que emergen de los muy dorados rayos de sol, que penetran entre los pequeños huecos de las cortinas que esconden sueños infantiles, pero no en cualquier habitación, pues sólo lo puede hacer en aquellas que estén repletas de ilusiones, o de infinitas emociones como lo son, el resguardo de secretos que casi siempre llevan a un descubrimiento empírico, que servirá para toda la vida.

Muy emotivos son los flashbacks en los que el escritor salta muchos años después de lo que se narra para hablar de sus años de madurez, en los que sostiene una relación de reencuentro con su padre; el motivo principal de recurrir a esto es por la simple razón de dar cuenta de lo cambiante de las situaciones a través de las encrucijadas en que nos coloca el tiempo, de las que sólo nos es lícito elegir un camino. Estas narraciones paralelas son tal vez las más cruentas, debido a que si bien en la infancia los cambios no paran de sorprender por su violencia, en la vejez impactan por su fuerza avasalladora, como de un remolino o de cualquier cosa que represente un inminente fin, como la vida, la cual se desarrolla de la manera más incomprensible para, inevitablemente, llegar a su tal vez no contraparte pero si a su extensión que para los humanos es, de cualquier modo, la finalización de todo proyecto ajeno a Dios. Lo que no hace sino demostrar que la vida es un círculo que empieza con la niñez y termina con la vejez, con las mismas dudas y el mismo sentimiento de pesadez ante los obstáculos, así la vida y la muerte, así todo lo contrario que finalmente es lo mismo, que lo único que hace es darle más vacío a la existencia, al no encontrar nunca nada nuevo, ante la sensación de inmediatez, ante todos los vacíos absolutos, en los que, paradójicamente, encontramos tanto espacio, que nos damos cuenta que está lleno y de nueva cuenta se abre un circulo nuevo, y así hasta el infinito.

De todo eso se da cuenta Pu, y por lo tanto confirma la frase que dice que los niños nacidos en domingo tienen un don especial, el de percibir cosas que nadie más, algo así como un duendecillo, según palabras del propio Bergman. Esta virtud consigue que se posea la sensibilidad para notar la intención de las miradas, la fuerza detrás de las palabras, y sobre todo lo valioso de ver el día detrás del parabrisas que es la infancia más pura.

Como analogía puedo decir que, para quienes lo hayan leído, Batallas en el Desierto, de José Emilio Pacheco, es un texto cuya comparación no resulta tan descabellada si tomamos en cuenta que ambas historias ofrecen una visión ambivalente del mundo, siempre desde una esquina en la que todo parece ocurrir de adentro hacia afuera, como si el mundo realmente fuera sólo lo que imaginamos, aunque no por eso exento de heridas insanables que otorgan no únicamente dolor, sino también nostalgia y experiencia, pero una experiencia que muestra que entre más pérdidas haya en la vida, más vida es, algo que no se puede entender a menos que haya sido vivido.


Nota: La imagen que aparece en la parte superior de este post no corresponde precisamente a la portada del libro, más bien es la cubierta de la película del mismo nombre, dirigida por Daniel Bergman, hijo de Ingmar. Decidí publicarla de esta forma porque son muy parecidas y es la imagen más grande que encontré en la red

Comentarios

  1. http://edgarsopium.blogspot.com/
    fotografía inspirada en el shoegaze y metal moderno

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  2. no lo sabia, ayer me lo explicaron, la magia de los nacid@s en domingo:)) parece que hay un hada o duende que los acompaña?,

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  3. Algo así, un don especial que si bien es poderoso es mucho más hermoso.
    Saludos

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  4. bueno pues nací un domingo por la tarde,
    saludos

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  5. ¡Qué bien!, seguro tú también posees ese maravilloso don.
    Gracias por comentar en mi blog

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  6. gracias a ti por comentar, encuentros virtuales, que te dan instantes de felicidad:))
    iré viniendo,

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  7. No te conozco pero ya me caíste bien. Qué bien que compartas tu día de nacimiento con nosotros, es algo importante que debería hacerse más a menudo.
    Saludos

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